Las Témporas —dice el Misal— son días de acción de gracias y
de petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las
vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad
habitual» (p.648).
Las Témporas, y con ellas las Rogativas, son una antiquísima
institución litúrgica ligada a las cuatro estaciones del año. Su
finalidad consistía en reunir a la comunidad, para que, mediante el
ayuno y la oración, se diese gracias a Dios por los frutos de la tierra y
se invocase su bendición sobre el trabajo de los hombres. Las Témporas
nacieron en Roma y se difundieron con la liturgia romana, al mismo
tiempo que sus libros litúrgicos. Al principio tuvieron lugar en las
estaciones del otoño, invierno y verano, exactamente, en los meses de
septiembre, diciembre y junio. Pero muy pronto debió de añadirse la
celebración correspondiente a la primavera, en plena Cuaresma. Por
algunos sermones de San León Magno se concoce el significado de estas
jornadas penitenciales, que comprendían la eucaristía, además del ayuno,
los miércoles y los viernes de la semana en que tenían lugar. El sábado
había una vigilia, que terminaba con la eucaristía también, bien
entrada la noche, de forma que ésa era la celebración eucarística del
domingo.
La proximidad con algunas grandes solemnidades, como Navidad y
Pentecostés, y la coincidencia con algún tiempo litúrgico,
proporcionaban un colorido especial a la celebración de las respectivas
Témporas. Pretender relacionarlas con cultos naturalistas precristianos
es pura imaginación, aunque es evidente su relación con la vida agraria y
campesina, la vida propia de aquellos tiempos. En el fondo, las
Témporas son un acercamiento mutuo de la liturgia y la vida humana, en
el afán de encontrar en Dios la fuente de todo don y la santificación de
la tarea de los hombres.
Por eso, hoy, considerada la extensión de la Iglesia y su presencia
en los pueblos más diversos, se imponía una revisión y una adaptación
de esta vieja celebración litúrgica, que ya no tiene por qué ser agraria
ni campesina únicamente, sino que puede ser muy bien urbana y cercana a
las preocupaciones del hombre del cemento y del reloj de cuarzo. Lo
importante es que en un día, o en tres, según la duración elegida, se
viva y se celebre la obra de Dios en el hombre y con la ayuda del
hombre; con un espíritu de fe y de acción de gracias propios del
creyente, que sabe que lo temporal tiene su propia autonomía, pero sin
romper con Dios y sin ir en contra de su voluntad salvadora: «Todo es
vuestro; pero vosotros sois de Cristo, y Cristo, de Dios» (1 Cor
3,22-23).
fuente:www.mercaba.com
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